martes, 14 de junio de 2011

"Quieren arreglar las ciudades porque no saben arreglarse a si mismos"


—¿Qué es lo que tienes dentro, Clousarr? —dijo Baley.
—Quiero un abogado.
—Tendrás uno. Mientras tanto, ¿te importaría decirme qué os pasa a vosotros los medievalistas?
Clousarr apartó la mirada, dispuesto a mantener el silencio.
—Jehoshaphat, hombre, sabemos todo sobre ti y tu organización. No es un farol. Dímelo sólo por mi propia curiosidad: ¿qué es lo que queréis los medievalistas?
—Volver a la Tierra —dijo Clousarr con voz ahogada—.
Es sencillo, ¿verdad?
—Es sencillo de decir —dijo Baley—. Pero no es sencillo de hacer. ¿Cómo va a alimentar la Tierra a ocho mil millones de personas?
—¿Dije acaso que volviéramos a la Tierra de un día a otro?
Paso a paso, señor policía. No importa cuanto tardemos, pero empecemos a salir de estas cuevas en las que vivimos. Salgamos al aire libre.
—¿Has estado alguna vez al aire libre?
Clousarr se estremeció.
—De acuerdo, yo también estoy echado a perder. Pero los niños aún no lo están. Todos los días nacen bebes. Saquémoslos fuera, por el amor de Dios. Dejemos que tengan espacio y aire libre y sol. Si tenemos que hacerlo, también reduciremos nuestra población poco a poco.
—De vuelta, en otras palabras, a un pasado imposible. —Baley no sabía por qué discutía, salvo por la extraña fiebre que estaba quemando sus propias venas—. De vuelta a la semilla, al óvulo, al útero. ¿Por qué no movernos hacia delante? No reduzcamos la población de la Tierra. Emigremos. Volvamos a la tierra, pero volvamos a la tierra de otros planetas. ¡Colonicemos!
Clousarr se rió ásperamente.
—¿Y construir más Mundos Exteriores? ¿Más espaciales?
—No lo haremos. Los Mundos Exteriores fueron colonizados por terrícolas que venían de un planeta sin Ciudades, por terrícolas que eran individualistas y materialistas. Esas características se llevaron hacia un extremo insano. Ahora podemos colonizar desde una sociedad que se ha apoyado en la cooperación, incluso demasiado. Ahora el medio ambiente y la tradición pueden interactuar para crear una nueva vía intermedia, distinta tanto de la vieja Tierra como de los Mundos Exteriores. Algo nuevo y mejor.
Estaba repitiendo las palabras del doctor Fastolfe, lo sabía, pero le estaba saliendo como si él mismo lo hubiera pensado durante años.
—¡Tonterías! —dijo Clousarr—. ¿Colonizar mundos desiertos con un mundo que es nuestro al alcance de la mano? ¿Qué idiotas lo querrían intentar?
—Muchos. Y no serían idiotas. Tendrían robots para ayudarlos.
—No —dijo Clousarr ferozmente—. ¡Nunca! ¡Robots no!
—¿Por qué no, en nombre del cielo? A mí tampoco me gustan, pero no voy a causarme un daño en nombre de un prejuicio. ¿Qué es lo que tememos de los robots? Si quieres saber lo que pienso, es un sentimiento de inferioridad. Todos nos sentimos inferiores a los espaciales y odiamos eso. Tenemos que sentirnos superiores de alguna forma, en algún sitio, para compensarlo, y nos fastidia no poder sentinos al menos superiores a los robots. Parecen ser mejores que nosotros... pero no lo son. Ésa es la maldita ironía de todo esto. —Baley sentía que la sangre se le calentaba mientras hablaba—. Mira a este Daneel con el que llevo más de dos días. Es más alto que yo, más fuerte, más atractivo. De hecho, parece un espacial. Tiene mejor memoria y conoce más hechos. No tiene que dormir ni que comer. No se preocupa por la enfermedad, el pánico, el amor o la culpa.
»Pero es una máquina. Puedo hacerle lo que quiera, de la misma forma que puedo hacérselo a ese micropeso de allí. Si doy un golpe al micropeso, no me responderá. Daneel tampoco. Puedo ordenarle que se dispare con un desintegrador y lo hará.
»Ni siquiera podemos construir un robot que sea tan bueno como un ser humano en todo lo que importa, y mucho menos mejor. No podemos crear un robot con sentido de la belleza, de la ética o de la religión. No hay manera de que podamos alzar a un cerebro electrónico ni un centímetro por encima del nivel del materialismo perfecto.
»No podemos, maldita sea, no podemos. No mientras no entendamos lo que hace funcionar a nuestros propios cerebros. No mientras existan cosas que la ciencia no pueda medir. ¿Qué es la belleza, o lo bueno, o el arte, o el amor, o Dios? Estamos constantemente al borde de lo incognoscible, e intentando entender lo que no puede ser entendido. Eso es lo que nos hace hombres.
»El cerebro de un robot debe ser finito o no podría ser construído. Debe ser calculado hasta la última posición decimal para quedar terminado. Jehoshaphat, ¿de qué tenéis miedo? Un robot puede tener el aspecto de Daneel, puede parecer un dios, y no ser más humano que un trozo de madera. ¿No podéis verlo?
Clousarr había intentado interrumpirle varias veces pero había fallado ante el furioso torrente de Baley. Ahora, cuando Baley se detuvo por puro agotamiento emocional, dijo con voz débil:
—Un poli convertido en filósofo. ¡Qué cosas!

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