martes, 28 de junio de 2011

El fin de la eternidad y el comienzo del infinito



—Dejad que entremos en los Siglos Ocultos y nosotros lo solucionaremos. Nunca hemos fracasado en conseguir el Bien para aquellos Siglos en los que hemos intervenido.
—¿El Bien? —dijo Noys con un tono suave que parecía convertir aquella palabra en una burla—. ¿Qué es eso? Lo que vuestras máquinas os dicen. Pero, ¿quién instruye a las máquinas y les dice lo que deben pesar en la balanza? Las máquinas no resuelven los problemas con mayor penetración que un hombre, sólo pueden hacerlo más rápidamente, ¡sólo más deprisa! ¿Qué es el Bien para los Eternos? Yo te lo diré. Protección y seguridad. El término medio. Nada en exceso. No aceptar ningún riesgo, si no es con una abrumadora probabilidad a favor del éxito más completo.
Noys dijo:
—Al impedir los fracasos de la Realidad, la Eternidad también impide el logro de los triunfos. Solo haciendo frente a las grandes pruebas puede la Humanidad elevarse a nuevas y mayores alturas. Del peligro y de la aventura han salido siempre las fuerzas que han llevado al Hombre a nuevas y más grandes conquistas. ¿No lo entiendes? ¿No comprendes que al impedir las miserias y fracasos que torturan al Hombre, la Eternidad no le deja encontrar sus propias soluciones, difíciles pero provechosas, las soluciones verdaderas que se obtienen al vencer las dificultades, no al evitarlas?

miércoles, 15 de junio de 2011

La belleza es algo que se siente



"¡La belleza! Lo que es no lo sabemos por ahora con incertidumbre matemática; quizá no lo sepamos nunca; pero que la belleza es algo, que existe, que palpita en la naturaleza, y que, así como la ola que llega a la playa rompe en espuma..."

martes, 14 de junio de 2011

"Quieren arreglar las ciudades porque no saben arreglarse a si mismos"


—¿Qué es lo que tienes dentro, Clousarr? —dijo Baley.
—Quiero un abogado.
—Tendrás uno. Mientras tanto, ¿te importaría decirme qué os pasa a vosotros los medievalistas?
Clousarr apartó la mirada, dispuesto a mantener el silencio.
—Jehoshaphat, hombre, sabemos todo sobre ti y tu organización. No es un farol. Dímelo sólo por mi propia curiosidad: ¿qué es lo que queréis los medievalistas?
—Volver a la Tierra —dijo Clousarr con voz ahogada—.
Es sencillo, ¿verdad?
—Es sencillo de decir —dijo Baley—. Pero no es sencillo de hacer. ¿Cómo va a alimentar la Tierra a ocho mil millones de personas?
—¿Dije acaso que volviéramos a la Tierra de un día a otro?
Paso a paso, señor policía. No importa cuanto tardemos, pero empecemos a salir de estas cuevas en las que vivimos. Salgamos al aire libre.
—¿Has estado alguna vez al aire libre?
Clousarr se estremeció.
—De acuerdo, yo también estoy echado a perder. Pero los niños aún no lo están. Todos los días nacen bebes. Saquémoslos fuera, por el amor de Dios. Dejemos que tengan espacio y aire libre y sol. Si tenemos que hacerlo, también reduciremos nuestra población poco a poco.
—De vuelta, en otras palabras, a un pasado imposible. —Baley no sabía por qué discutía, salvo por la extraña fiebre que estaba quemando sus propias venas—. De vuelta a la semilla, al óvulo, al útero. ¿Por qué no movernos hacia delante? No reduzcamos la población de la Tierra. Emigremos. Volvamos a la tierra, pero volvamos a la tierra de otros planetas. ¡Colonicemos!
Clousarr se rió ásperamente.
—¿Y construir más Mundos Exteriores? ¿Más espaciales?
—No lo haremos. Los Mundos Exteriores fueron colonizados por terrícolas que venían de un planeta sin Ciudades, por terrícolas que eran individualistas y materialistas. Esas características se llevaron hacia un extremo insano. Ahora podemos colonizar desde una sociedad que se ha apoyado en la cooperación, incluso demasiado. Ahora el medio ambiente y la tradición pueden interactuar para crear una nueva vía intermedia, distinta tanto de la vieja Tierra como de los Mundos Exteriores. Algo nuevo y mejor.
Estaba repitiendo las palabras del doctor Fastolfe, lo sabía, pero le estaba saliendo como si él mismo lo hubiera pensado durante años.
—¡Tonterías! —dijo Clousarr—. ¿Colonizar mundos desiertos con un mundo que es nuestro al alcance de la mano? ¿Qué idiotas lo querrían intentar?
—Muchos. Y no serían idiotas. Tendrían robots para ayudarlos.
—No —dijo Clousarr ferozmente—. ¡Nunca! ¡Robots no!
—¿Por qué no, en nombre del cielo? A mí tampoco me gustan, pero no voy a causarme un daño en nombre de un prejuicio. ¿Qué es lo que tememos de los robots? Si quieres saber lo que pienso, es un sentimiento de inferioridad. Todos nos sentimos inferiores a los espaciales y odiamos eso. Tenemos que sentirnos superiores de alguna forma, en algún sitio, para compensarlo, y nos fastidia no poder sentinos al menos superiores a los robots. Parecen ser mejores que nosotros... pero no lo son. Ésa es la maldita ironía de todo esto. —Baley sentía que la sangre se le calentaba mientras hablaba—. Mira a este Daneel con el que llevo más de dos días. Es más alto que yo, más fuerte, más atractivo. De hecho, parece un espacial. Tiene mejor memoria y conoce más hechos. No tiene que dormir ni que comer. No se preocupa por la enfermedad, el pánico, el amor o la culpa.
»Pero es una máquina. Puedo hacerle lo que quiera, de la misma forma que puedo hacérselo a ese micropeso de allí. Si doy un golpe al micropeso, no me responderá. Daneel tampoco. Puedo ordenarle que se dispare con un desintegrador y lo hará.
»Ni siquiera podemos construir un robot que sea tan bueno como un ser humano en todo lo que importa, y mucho menos mejor. No podemos crear un robot con sentido de la belleza, de la ética o de la religión. No hay manera de que podamos alzar a un cerebro electrónico ni un centímetro por encima del nivel del materialismo perfecto.
»No podemos, maldita sea, no podemos. No mientras no entendamos lo que hace funcionar a nuestros propios cerebros. No mientras existan cosas que la ciencia no pueda medir. ¿Qué es la belleza, o lo bueno, o el arte, o el amor, o Dios? Estamos constantemente al borde de lo incognoscible, e intentando entender lo que no puede ser entendido. Eso es lo que nos hace hombres.
»El cerebro de un robot debe ser finito o no podría ser construído. Debe ser calculado hasta la última posición decimal para quedar terminado. Jehoshaphat, ¿de qué tenéis miedo? Un robot puede tener el aspecto de Daneel, puede parecer un dios, y no ser más humano que un trozo de madera. ¿No podéis verlo?
Clousarr había intentado interrumpirle varias veces pero había fallado ante el furioso torrente de Baley. Ahora, cuando Baley se detuvo por puro agotamiento emocional, dijo con voz débil:
—Un poli convertido en filósofo. ¡Qué cosas!

miércoles, 8 de junio de 2011

El universo fue importuno al recobrar su existencia


Fue como una silenciosa explosión de luz que anuló al mundo.
Nada existió más allá de ella.
Genarr no tuvo conciencia siquiera de ser Genarr. Tampoco existió el yo. Sólo hubo una bruma luminosa de gran complejidad que, a modo de interconexión, se fue extendiendo y disgregándose en fibras que adoptaron la misma complejidad a medida que se separaban.
Un torbellino y un repliegue, y luego una expansión al aproximarse otra vez. Más y más, de forma hipnótica, como algo que hubiese existido siempre y siempre existiría, sin fin.
Una caída inacabable en una abertura que se ensanchó cuando eso se aproximó sin hacerse más ancho. Cambio continuo sin alteración. Pequeños abultamientos desplegándose hasta alcanzar nueva complejidad.
Y así sin cesar. Ningún sonido. Ninguna sensación. Ni siquiera visión. Conciencia de algo que tenía las propiedades de la luz sin ser luz. Fue la mente adquiriendo percepción de sí misma.
Y luego, de un modo doloroso... si hubiese habido en el universo una cosa llamada dolor... y con un sollozo... si hubiese existido tal sonido en el universo... todo se atenuó y giró en espiral, cada vez más aprisa, hasta formar un punto de luz que centelleó y se esfumó.

viernes, 3 de junio de 2011

Siddharta (Hermann Hesse)

—Antes de continuar mi camino, Siddharta, permíteme hacerte una pregunta: ¿Tienes una doctrina? ¿Tienes alguna fe o creencia que sigues, que te ayuda a vivir y obrar bien?
Siddharta declaró:
—Bien sabes, amigo, que ya de joven, cuando vivía con los ascetas en el bosque, desconfiaba de las doctrinas y los profesores y les di la espalda. No he cambiado de opinión. Sin embargo, he tenido muchos maestros desde entonces. Incluso una bella cortesana fue mi instructora por largo tiempo, así como un rico comerciante y unos jugadores de dados. Sin embargo, de quien más aprendí fue de este río y de mi antecesor, el barquero Vasudeva. Era una persona muy sencilla; no se trataba de ningún filósofo, y a pesar de ello, sabía tanto como Gotama: era un perfecto, un santo.
Govinda exclamó:
—¡Tal parece, Siddharta, que aún te gusta bromear! Te creo y sé que no has seguido a ningún profesor. ¿Pero tú, con tus conocimientos y razonamientos, no has encontrado esta doctrina que te ayuda a vivir? Si quisieras explicarme algun de esas teorías, alegrarías mi corazón.
Siddharta repuso:
—Sí, he tenido ciertos conocimientos y pensamientos en los que me he concentrado de vez en cuando. He tenido conciencia de estos conocimientos, en la misma forma en que a veces percibimos los latidos del corazón. He pensado mucho, pero me sería difícil comunicarta alguno de esos pensamiento. Sin embargo, lo que más se me ha grabado, Govinda, es el siguiente razonamiento: La sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un sabio intenta comunicar suena siempre a simpleza. Esto es lo que he descubierto.
—¿Bromeas? —inquirió Govinda.
—No. Digo lo que he encontrado. El saber es comunicable, pero la sabiduría no. Puede hallársela, puede vivirse, nos sostiene, hace milagros; pero nunca se puede explicar ni enseñar. Esto es lo que ya de joven sospechaba, lo que me apartó de los profesores. He encontrado otra idea que tú, Govinda, seguramente tomarás por broma o chifladura, pero en realidad se trata de mi mejor pensamiento. Es éste: ¡Lo contrario de cada verdad es igualmente cierto! O sea: una verdad sólo se puede pronunciar y expresar con palabras si es unilateral. Y unilateral es todo lo que se puede expresar con pensamientos y declarar con palabras. Unilateral es todo lo mediocre, todo lo que carece de integridad, de redondez, de unidad. Cuando el venerable Gotama enseñaba al mundo por medio de palabras, lo tenía que dividir en Sansara y Nirvana, en ilusión y verdad, en sufrimiento y redención. No hay otra alternativa para quien desea enseñar. No obstante, el mundo mismo, lo que existe a nuestro alrededor y en nuestro propio interior, nunca es unilateral. Jamás un hombre o un hecho es del todo Sansara o del todo Nirvana, nunca un ser es completamente santo o pecador. Creemos que es así porque tenemos la ilusión de que el tiempo es algo real. Y el tiempo no es real, Govinda. Lo he experimentado muchísimas veces. Y si el tiempo no es real, también el lapso que parece existir entre el mundo y la eternidad, entre el sufrimiento y la bienaventuranza, entre lo malo y lo bueno, es una ilusión.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Govinda perplejo.
—¡Escucha bien, amigo, escucha bien! El pecador, que lo somos también tú y yo, es pecador, pero algún día volverá a ser Brahma, alcanzará el Nirvana, será buda... pero fíjate bien: ese "algún día" es una ilusión. ¡Es sólo metáfora! El pecador no está en camino hacia el buda, no está evolucionando, aunque no nos lo podamos imaginar de otra forma. No; en el pecador, ahora y hoy, ya está presente el buda, su futuro ya vive en él. El buda en potencia que se alberga en el interior de cada persona, en ti, en mí, debe ser reconocido y respetado. El mundo, amigo Govinda, no es imperfecto, ni se encuentra evolucionando lentamente hacia la perfección. No, él es perfecto en cualquier momento. Todo pecado ya lleva en sí el perdón; todos los recién nacidos, la muerte; todos los moribundos, la vida eterna. Ningún ser humano es capaz de ver en qué punto del camino se hayan los otros: en el ladrón y en el jugador está el buda; en un brahmán, existe el ladrón. Al meditar profundamente, existe la posibilidad de anular el tiempo, de ver toda la vida pasada, presente y futura a la vez, y entonces todo es bueno, perfecto; es brahma. Por ello me parece que todo lo que existe es bueno: tanto la muerte como la vida, el pecado o la santidad, la inteligencia o la necedad: todo necesita únicamente mi afirmación. Mi conformidad, mi comprensión amorosa: entonces es bueno para mí y nada podrá perjudicarme. He experimentado en mi propio cuerpo, en mi misma alma, que necesitaba el pecado, la voluptuosidad, el afán de propiedad, la vanidad, y que precisaba de la más vergonzosa desesperación para aprender a vencer mi resistencia, para instruirme a amar al mundo, para no compararlo con algún mundo deseado o imaginado, regido por una perfección inventada por mí, sino dejarlo tal como es, amarlo y sentirme feliz de pertenecer a él. Estos son, Govinda, algunos de los pensamientos que he tenido.


Y Siddharta tiene más pensamientos, pero para ello tendréis que leer el libro.

jueves, 2 de junio de 2011

Infinito