domingo, 24 de abril de 2011

"Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano"


—Mike, ayúdeme a luchar hasta el fin.
—Es inútil, Pete. Ya lo dijo usted: ¡estupidez! Estos parahombres pueden estar más adelantados que nosotros, incluso ser más ingeligentes, si usted insiste, pero es evidente que son tan estúpidos como nosotros, lo cual pone punto y final al asunto. Schiller ya lo manifestó, y yo le creo.
—¿Quién?
—Schiller. Un dramaturgo alemán de hace tres siglos. En una obra teatral sobre Juana de Arco, dijo: "Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano". Yo no soy un dios y no voy a luchar más. Abandónelo, Pete, y siga su camino. Tal vez el mundo dure mientras nosotros vivamos y, de lo contrario, no hay nada que podamos hacer. Lo siento, Pete. Ha luchado por una buena causa, pero ha perdido, y yo abandono.
Se fue, y Lamont se quedó solo. Se quedó sentado en la silla, golpeando sin cesar la mesa con los dedos. En algún punto del Sol, los protones se aglomeraban con una avidez algo excesiva y, a cada momento, esta avidez aumentaba, y en un momento dado se rompería el delicado equilibrio...
—Y nadie en la Tierra sabrá que yo tenía razón —exclamó Lamont y pestañeó con fuerza para contener las lágrimas.

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