sábado, 12 de marzo de 2011

Denn die Todten reiten schnell

—Usted es un hombre inteligente, amigo John; razona bien y su perspicacia es sagaz; pero tiene demasiados prejuicios. No deja que sus ojos vean y que sus oídos oigan, y lo que está fuera de su vida diaria carece de importancia para usted. ¿No cree que hay cosas que no entiende, y que sin embargo existen, que algunas personas ven cosas que no ven las demás? Pero existen cosas antiguas y nuevas que no llegan a captar los ojos de los hombres, porque conocen (o creen conocer) las cosas tal como otros se las han enseñado. ¡Ah!, ése es el error de nuestra ciencia: quiere explicarlo todo; y si no puede explicarlo, entonces dice que no hay nada que explicar. Sin embargo, vemos surgir cada día alrededor nuestro nuevas creencias; o que se creen nuevas, aunque son viejas que fingen ser jóvenes..., como esas damas elegantes de la ópera. Supongo que usted no creerá ahora en la transferencia corporal, ¿verdad? Ni en la materialización, ¿verdad? Ni en los cuerpos astrales, ¿verdad? Ni en la lectura del pensamiento, ¿verdad? Ni en el hipnotismo...

—Sí —dije—, en eso sí; Charcot lo ha demostrado palpablemente.

El profesor sonrió, y dijo:
—Entonces, en eso está de acuerdo, ¿no? Y por supuesto, entiente cómo actúa, y comprende cómo la mente del gran Charcot (¡lástima que no viva ya!) penetra en el alma del paciente en quien influye, ¿no? Entonces, amigo John, ¿debo suponer que acepta sencillamente el hecho, y se contenta con dejar en blanco desde la premisa a la conclusión? Pues explíqueme (porque soy un estudioso del cerebro) ¿cómo es que acepta el hipnotismo y rechaza la lectura del pensamiento? Permita que le diga, amigo mío, que hay cosas hoy en día qen la ciencia de la electricidad que habrían sido consideradas impías por los mismos hombres que descubrieron la electricidad..., y que ellos mismos, de haber vivido no mucho antes, habrían sido quemados por brujos. Siempre ha habido misterios en la vida. ¿Conoce usted todos los secretos de la vida y la muerte? ¿Domina completamente la anatomía comparada, y puede decir por qué las cualidades de los brutos están presentes en unos hombres y en otros no? ¿Puede decirme por qué, mientras unas arañas mueren pronto y son de pequeño tamaño, vivió aquella araña enorme durante siglos en la torre de la vieja iglesia española, y creció y creció, hasta el punto de que bajaba y se bebía el aceite de todas las lámparas de la iglesia? ¿Puede decirme por qué en las Pampas, y en otros lugares, hay murciélagos que salen de noche y les abren las venas al ganado y a los caballos y les succionan toda la sangre? ¿Por qué en algunas islas de los mares occidentales hay murciélagos que se pasan el día colgados de los áboles, de forma que aquellos que los han visto los describen como nueces o cocos gigantescos, y que cuando los marineros suben a dormir a cubierta, porque hace mucho calor, se posan sobre ellos, y por la mañana los encuentran muertos y pálidos?

—¡Dios mío, profesor! —dije, poniéndome en pie de un salto—.
¿Pretende insinuar que Lucy fue atacada por uno de esos murciélagos, y que pasan esas cosas aquí en Londres, en pleno siglo XIX?
Hizo un gesto con la mano para que guardase silencio, y prosiguió.

—¿Puede decirme por qué la tortuga vive más tiempo que generaciones enteras de hombres; por qué el elefante contempla el paso de las dinastías, y por qué el papagayo sólo muere en las fauces del gato o del perro, o por alguna enfermedad? ¿Puede decirme por qué los hombres de todas las épocas y lugares creen que hay personas que viven eternamente si se las deja, que hay hombres y mujeres que no mueren? Todos sabemos (porque la ciencia lo atestigua) que ha habido sapos encerrados en las rocas durante miles de años, ocultos en agujetos muy pequeños donde sólo cabían ellos, desde que el mundo era joven. ¿Puede decirme por qué el faquir indio puede dejarse morir y enterrar, y después de sellada su sepultura se siembre trigo encima, y madura ese trigo, y se siega y se siembra y se siega otra vez, y luego quitan los sellos de la tumba, y allí está el faquir indio, no muerto, sino que se levanta y camina entre los demás igual que antes?

Aquí le interrumpí. No era capaz de seguirle; me abrumaba de tal modo con su lista de excentricidades de la Naturaleza, y de imposibilidades posibles, que me ardía la imaginación. Percibía vagamente que intentaba darme una lección, como solía hacer en otro tiempo, en sus clases de Amsterdam; pero entonces solía decirme qué era lo que pretendía, de modo que yo tenía todo el tiempo en el pensamiento el objeto de su disertación. Pero ahora no contaba con ninguna ayuda, aunque quería seguirle; de modo que dije:

—Profesor, permítame que vuelva a ser su estudiante predilecto. Dígame cuál es la tesis, a fin de poder aplicar su ciencia a medida que avanza en sus explicaciones. En este momento voy mentalmente de un punto a otro igual que siguen los locos una idea. Me siento como un novicio avanzando por un cenagal en medio de la niebla, saltando de un matojo a otro en un esfuerzo ciego por seguir andando sin saber adónde voy.

—Ése es un buen símil —dijo—. Bueno, se lo diré. Mi tesis es la siguiente: quiero que crea.
—¿Que crea qué?
—Que crea en cosas que no puede creer. Permita que le ponga un ejemplo. Una vez oí decir que un americano definía la fe así: "Aquello que hace que creamos en cosas que sabemos que no son ciertas." Al menos comprendo perfectamente a ese hombre. Quería decir que debemos tener una mentalidad abierta, y no permitir que una pequeña verdad obstruya el curso de las grandes verdades como una pequeña roca obstruye el paso del tren. Primero tenemos la verdad pequeña. ¡Bien! Conservémosla y valorémosla; pero no debemos permitir que crea que es toda la verdad del universo.

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